Oh quepis, quepis,
qué mal me hiciste.
El obrero le dijo al militar progresista: "buenas intenciones tal vez, pero serás mandón hasta la muerte".
El militar progresista le dijo al blanco nacionalista: "¿querés que te sea franco? tu reforma agraria cabe en una maceta".
El blanco nacionalista le dijo al batllista: "lo que pasa es que ustedes siempre se olvidan de la gente del Interior".
El batllista le dijo al demócrata cristiano: “yo escribo dios con minúscula ¿y qué?".
El demócrata cristiano le dijo al socialista: "comprendo que seas ateo, pero jamás te perdonaré que no creas en la propiedad privada".
El socialista le dijo al anarco: "¿no se te ocurrió pensar porqué ustedes no han ganado nunca una revolución?".
El anarco le dijo al trosco: "son un grupúsculo de morondanga".
El trosco le dijo al foquista: "estás condenado a la derrota porque te desvinculaste de las masas".
El foquista le dijo al bolche: "también ustedes tuvieron delatores".
El bolche le dijo al prochino: "nosotros nos apoyamos en la clase obrera, ¿también en esto nos van a llevar la contra?".
Y así sucesivamente, “apunten, ¡fuego!”, dijo el gorila acomodándose el quepis, y un camión recogió los cadáveres.
Porque como ya bien lo dijo René Descartes: "no hay nada más equitativamente repartido que la razón; todos están convencidos de tener la suficiente".
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